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Wilmer José Pérez Yánez tiene una voz tranquila que transmite mucha calma detrás de la que está una persona creativa, trabajadora y muy luchadora que en sus casi 58 años ha tenido que abandonar su vida en su país natal, Venezuela, para buscar un futuro mejor para él y su familia.
«Somos de Caracas. Allí hice toda mi carrera, allí me casé, allí creció mi familia», explica Wilmer. Pero cuando la situación en la capital «se hizo insufrible» se mudaron a Mérida, «la ciudad más bonita de Venezuela, que la fundó un extremeño» y en la que estuvieron desde 2010 hasta que en 2018 salió del país.
De padre canario, su primera opción fue obviamente Canarias, donde además tenía familia pero con la mirada siempre puesta en la Península Ibérica. Así fue como contactó con Afa Bierzo y su programa 'Volver al pueblo', que le consiguieron un alojamiento en Corullón, «nos atrevimos y de hecho fue en esos tiempos de la pandemia en los que no podías viajar si no tenías una justificación y la mía era un contrato de alquiler. Y con ello logré salvar la puerta del aeropuerto de Santiago y continuar hasta aquí».
Él y una de sus hijas, que por aquel entonces tenía 15 años, hicieron «de avanzadilla» del resto de la familia para ir «abriendo caminos y, en la medida que todo vaya avanzando, ir viendo las posibilidades». Así, Corullón los recibió con «una intensa nevada», recuerda Wilmer, y poco a poco se fue convirtiendo en un hogar al que después llegó su mujer, que se había quedado trabajando en Tenerife, y otra de sus hijas llegada desde Argentina. Y fueron conociendo el mundo rural, «sus maravillas, la tranquilidad, la gente maravillosa, la verdad es que yo siempre he dicho que cuando vinimos a Corullón nos recibieron ángeles».
Allí también aprendió oficios de desbroce, de poda, de frutales, trabajo en viñas, entre otras, y también conoció a Balbino, un vecino de 93 años con el que lleva un huerto intergeneracional y cuyas vivencias le han servido para escribir un par de libros -ha escrito tres desde su llegada al Bierzo y dos de ellos basados en los relatos de Balbino-. «Él ha aportado la huerta, la experiencia, y también hace trabajo duro y yo trabajo duro, apoyo, me tocó recopilar las plantas y luego plantarlas. Ha sido una simbiosis. Él vive solo y a pesar de sus 93 años cocina y hace todo pero a la vez yo aprendo mucho de él, del huerto, de cómo se vivía antes, en las conversaciones con él aprendí mucho», señala Wilmer con cariño.
A pesar de estar muy integrados en este pueblo del Bierzo, a la familia de Wilmer se les hacía complicado el tema del trabajo, tanto para su hija que es diseñadora gráfica como para su mujer que cuida personas mayores. Por tanto decidieron trasladarse a Ponferrada, que para ellos es «una ciudad amigable, es como un pueblo grande, hay mucha tranquilidad y mucha paz».
Así, desde Afa Bierzo también les ayudaron con el nuevo alojamiento en la capital berciana. «Nos han apoyado desde el punto de vista de ayudarnos a conseguir trabajo, vivienda, nos han dado también ese apoyo emocional, ese hombro, y eso hace que la experiencia sea mucho más fácil, porque no es fácil, tiene sus dificultades, pero cuando sientes que alguien te dice tranquilo, poco a poco, te vamos a apoyar, a ayudar para que se vayan logrando las cosas, y te cumplen la promesa, tienes a alguien ahí que te respalda, te quita la ansiedad».
Wilmer trabaja en el área comercial, que es su área de experiencia y adicionalmente ofrece servicios de poda, de desbroce y todas esas cosas. Sus clientes suelen ser personas mayores «que antes hacían ellos el trabajo pero que hoy en día no pueden hacerlo, siempre hace falta una mano que les ayude y, a la vez, se convierte en una fuente de ingresos» para su familia en la que en la actualidad trabajan él y su mujer, su hija mayor está buscando empleo y otra está estudiando Estética en el instituto de Fuentesnuevas.
Además, hace poco han recibido en Ponferrada a uno de sus nietos que acaba de llegar de Venezuela. «La situación para él allí era terrible en cuanto a educación, nutrición, en cuanto a todo y decidimos traerlo», asegura.
Aún tiene una hija, un yerno y otro nieto de cuatro meses en su país natal -que también quieren que se vengan a España-, por lo que cree que «no podemos ser indiferentes a lo que está pasando allí, nos importa muchísimo», pero a la vez «nosotros sentimos que ya somos parte de esta tierra, de este país, que sumamos, que aportamos, que trabajamos y que el país también nos aporta y entonces tenemos una parte del corazón puesta en Venezuela pero otra parte está aquí, en el Bierzo». Y aunque en Venezuela tienen todas sus propiedades, «allí están con nuestra hija, veremos si podemos hacer algo en cuanto a venderlas, sino estamos dispuestos a sacrificar las propiedades por una vida mejor que podamos tener aquí».
Por el momento, ya se sienten bercianos de corazón, «no eres de donde naces sino de donde te sientes parte», afirma Wilmer, que se confiesa todo un amante de la gastronomía del Bierzo y sobre todo de las cerezas. «La comida aquí en general es muy buena, hemos tenido que cuidarnos para no caer en excesos porque la tentación es grande. En invierno nos permitimos un poco más de calorías por la excusa del invierno y del frío», concluye entre risas.
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