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Imagen de uno de los rincones de la casa del árbol de Ponferrada. Carmen Ramos

Ponferrada tiene su casa del árbol: «Es como la de las brujas buenas»

La zona histórica de la ciudad alberga un peculiar inmueble lleno de magia y encanto que llama la atención e incluso «algunos confunden con un museo»

Carmen Ramos

Ponferrada

Miércoles, 9 de julio 2025, 08:15

Buscaba un almacén y se encontró con una rincón que convirtió en su refugio. Un lugar lleno de vida que «es como las casa de las brujas buenas» en el que cristalizó el sueño de Mirtha Linares para convertirla en su particular casa del árbol.

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Tan solo una parada en su puerta invita a descubrirla. Como en el cuento de 'Alicia en el país de las maravillas' uno se da cuenta que va a entrar en un lugar cargado de magia, en el que todo está por descubrir y con un encanto especial donde la energía fluye. La misma que tiene y reparte su dueña.

Un día cocinando en el negocio que regenta frente al Castillo de los Templarios de Ponferrada, la bodega Godivah, un lugar que también es pura magia y donde todo el año es Navidad, vino a su cabeza la casa, también situada en el casco antiguo, a escasos metros de donde trabaja y en una de sus calles más emblemáticas, la calle Hospital. Buscaba entonces un lugar para guardar todo el material relacionado con el negocio.

«Estaba en la cocina cocinando y se me vino a la cabeza la casa, porque yo realmente buscaba un almacén», explica. Fue a verla y se la quedó, así sin más, tan rápido como un suspiro. «Era un lunes de verano, entré la ví y dije me la quedo», relata. Como todo lo que hace Mirtha Linares dejándose llevar por la intuición. Lejos de pensar en la ubicación, el espacio o las posibilidades que ofrecía el inmueble, «porque todas esas variantes nunca las uso», se decantó por «seguir el caminito de baldosas amarillas».

Se sumergió en el espacio con la mochila vacía y sin ninguna idea en su cabeza, convencida, como siempre, de que «no hay nada que anticipar porque ya está todo hecho, es como elegir en el campo de las posibilidades». Por ello no entiende «por qué la gente es como que necesita hacerse un plano, un mapa, tener una estructura antes de entrar en un lugar, eso es una tontería, es perder el tiempo, y el tiempo no existe, como quien dice».

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No pensó ni siquiera en la inversión. Cuando entró la segunda vez en ella pensó «es que esto para un almacén me da mucha pena», sonríe, y entonces comenzó a poner al día el techo. «La saneé, bajé un poco el suelo, dos peldaños más y la dejé como estaba».

Hadas y duendes

El inmueble, que en su día fue un bar de la zona histórica de la ciudad, está dividido en dos plantas de 50 metros cuadrados cada una a las que se une una pequeña bodega subterránea que se escondía bajo una trampilla que asemeja a un refugio. «Que viene la guerra pues no tengo problema me meto aquí», bromea.

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Ya en la puerta algo invita a abrirla. Al atravesar el umbral la vista se pierde entre mil cosas y detalles, cada uno con su encanto, colocados como si hubieran nacido allí. Entre ellas, se abre paso la cocina, el salón y un comedor. Detrás de la mesa una gran imagen de La Última Cena. Nada es al uso, tampoco un angosto espacio que aprovecha como terraza, la misma que se abre como «un pasadizo secreto en el que viven las hadas y los duendes», dice Mirtha con cierto halo de misterio.

Mirtha Linares es la propietaria de la casa del árbol de la capital berciana. Carmen Ramos

En la planta superior se ubica el dormitorio y el baño, todo abierto y perfectamente integrado, que preside una gran bañera con patas que también sirve como rincón de lectura, dado que los libros ocupan buena parte del espacio. También las plantas que son para su dueña su «conexion con la naturaleza».

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«Facilidad, gozo y gloria»

Al comprarla en el año del Covid Mirtha Linares comenzó a retirar todo lo que había incluida la cocina de carbón con la leñera, cambió el sentido de las escaleras y dejó dos plantas diáfanas. Las obras duraron «poquitísimo, porque fue romper, quitar todo, limpiarlo y hacerlo». Encontró en ese momento en Juan Meizoso su aliado perfecto, entre ellos había una conexión especial con la que se entendían sin apenas hablarse. «Aquí descubrí facilidad, gozo y gloria, tal cual, porque fue entrar, enseguida hizo match conmigo, entendió perfectamente todo y era divertirnos todo el rato», recuerda.

Toda la decoración es reciclada, aprovechando lo que otros no quieren para darle nueva vida, siguiendo el ejemplo de la bodega de Godivah. «Todo es de segunda mano, de Wallapop, la nevera costó cien euros, el lavabo lo mismo, es todo como entrar a hacer algo que tú lo único que haces es jugar, no has venido a hacer una obra con un albañil, has venido a divertirte, entonces aquí apareció la facilicidad, el gozo y la gloria», remarca.

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Mirtha Linares tiene la capacidad de ver lo que el espacio le ofrece y le pide y ella se lo da. «No empiezo de cero porque una vez que entro ya lo he visto, ya hay una lista de cosas», apunta. La decoración no puede ser más ecléctica mires por donde mires, con todo tipo de muebles y elementos decorativos, clásicos, modernos, vintage, una amalgama de estilos en una casa que habla por sí sola y con un toque personal, tanto que incluso Barbie y El Extraterrestre (ET), dos de sus favoritos, tienen también su protagonismo.

Todo se escapa a cualquier catalogación aportando un ambiente que transporta. «Yo lo veo, para mi es algo muy fácil, no tiene un proceso, no existe la estructura antes, existe el campo de las posibilidades donde tú vas eligiendo y así hay cosas que encajan y que no».

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«A la gente le encanta»

La propietaria de la casa del árbol de Ponferrada cuenta que la hizo «porque me gustó», aunque reconoce que en este momento «es una casa para dormir la siesta y para mis amigos». A la gente que la visita «le encanta, dice que es muy chula» por lo diferente a pesar de que mire donde se mire no hay ni un solo hueco vacío. «Es que me gusta la abundancia, me gusta todo y lo quiero poner», dice.

Para Mirtha Linares su casa del árbol es «mi botica, porque además de ser camarera y cocinera me dedico a hacer cosas energéticas», algo que ha descubierto hace poco tiempo. Cuando la puerta de la casa del árbol está abierta a pie de calle «entran todos y la gente me dice: Es que pensaba que era un museo».

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Para ella tener la casita y el trabajo al lado «es como un cuento de hadas, como una princesa al lado del castillo». Su idea es llegar a vivir en ella aunque reconoce que «realmente siempre será como una casa refugio».

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