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El artesano que llenó de chiflas el Bierzo: «A veces el agujero salía donde quería»
José González, Pepe, empezó en Santa Marina del Sil (Toreno) una afición que le convirtió en uno de los artesanos más destacados de la comarca
La tradición berciana de la chifla y el tamboril tiene un nombre: José González. Natural de Santa Marina del Sil (Toreno), Pepe, como le conocían, empezó a construirlos de forma artesanal «para entretenerse y luego ya no paró», señala su hija, Josefa González, Pepa. Recuerda como aunque a su padre le fallaba algo el oído no había quien le ganara a la hora de sacarles el mejor sonido.
Su trabajo era pura artesanía a la que dio vida sin más herramienta que una navaja «que cortaba que afeitaba» y sus manos. Dominaba con destreza un arte en el que no tuvo escuela y que aprendió de forma totalmente autodidacta. Quedó viudo con 61 años y cuando se jubiló «como era muy activo, se le ocurrió coger troncos de castaño, le quitaba todo lo que tenían por dentro y empezó a hacer tambores», relata su hija.
Cuando su hijo Marcelino González era chaval su padre tenía un amigo en Noceda que se llamaba Antonio, para él el mejor tamborilero que había en El Bierzo. «Venía desde Noceda a coger el tren a Santa Marina y siempre entraba en el pueblo a las siete de la mañana tocando el tambor». Lo dejaba en casa de su padre, que por entonces tenía una cantina, «y de ahí surgió todo».
En una ocasión cortaron los troncos de un cerezo y su padre le dijo: «Estos no, deja, son de 35 centímetros, los voy a vaciar para hacer un tambor», remarca. Extrañado no dudó en contestarle: «Papá, usted como va a hacer un tambor que nunca lo hizo, y me dijo: Tú no te preocupes». Y comenzó a trabajar. «No tenía ni un taladro ni nada», resalta su nieto, Óscar González.
Tan solo la navaja y la herramienta que le hizo un herrero. «Era tipo cuchilla con un hierro largo y le iba dando hasta que vaciaba el tambor entero por dentro», apunta su hijo. El trabajo se le complicaba a veces con las chiflas. «A veces el agujero salía donde quería», bromea. Era él el que se encargaba de facilitarle la tarea haciéndole los arillos para los tambores porque «amigos que tenían talleres me los soldaban». Corrían los años 80 del siglo pasado.
Paciencia y manos
Recuerda también como en ocasiones él mismo le abastecía de madera. «Le traía troncos de urz porque son los mejores para las chiflas, y a veces los estropeaba, de cinco a lo mejor sacaba dos porque no tenía un torno». Por ello decidió llevarle las maderas a un amigo que tenía un taller «y se las taladraba en el torno rectos para no estropearlas tanto porque no había urzes que dieran 40 centímetros de largo rectas y un grosor adecuado para eso».
Si de algo hacía gala José González era de su temple, una cualidad que le venía como anillo al dedo para la labor artesanal que desarrolló durante años. «Tenía mucha paciencia y todo fue saliendo», indica su hijo Marcelino González, que destaca, además, su perseverancia. «Era muy constante y nunca se cansaba».
Además de construir los tambores y las chiflas José González también se encargaba de hacer las pinas (boquillas de las chiflas). Y los tocaba «a su manera». «Por el Cristo cogía el tambor, porque en la bodega también los arreglaba, y salía por la acera y todo el mundo salía a mirarlo, que no tocaba bien porque él nunca aprendió pero bueno él a su manera con su chifla y su tambor acera arriba, acera abajo», apunta su hija Pepa González.

El proceso de comercialización también entraba en su labor porque «era muy negociante para todo», destaca su nieto. «A lo mejor te iba a la Encina a Ponferrada o aquí al Cristo y siempre llevaba dos o tres chiflas en el bolsillo de dentro de la chaqueta y las vendía», dice su hijo. «Había un señor que siempre venía aquí a por tambores», asevera su hija.
Josefa García, Pepa, recuerda una anécdota con un tamboril de cerezo que le regaló su padre. «Como él pintaba mal lo lijé y lo pinté yo mejor y vino un señor al que le gustaba el tambor y le dije: «Papá de eso nada que lleve otro que tiene ahí unos cuantos pero el mío es mío» y el paisano medio se enfadó y dijo: «Pues si no me da este no quiero ninguno» y yo le constesté: «Bueno pues no lo coja que ya los venderá».
Tamboriles a 40.000 pesetas
José González, Pepe, llegó a tener más de 20 tambores hechos. «Los iba haciendo y los dejaba en la cantina, los tenía allí colgados, cinco, seis o siete para que los vieran». Los vendía a 40.000 pesetas (360 euros). «Era una pasta y yo le decía papá usted ¿no los venderá muy caros? y decía: Y el trabajo que llevan», relata su hija. El precio de las chiflas rondaba las 5.000 pesetas (30 euros).
Entre sus clientes, algunos de los tamborileros cuya presencia era habitual en las fiestas de los pueblos del Bierzo y también grupos folklóricos de la comarca como Templarios del Oza, de Toral de Merayo, y también Alegría Berciana, «porque nadie hacía nada de esto por aquí».
Estuvo haciendo tamboriles hasta bien pasados los 90 años, un instrumento al que él mismo ponía las pieles. «Las curtía y les quitaba el pelo». Pieles de cordero o conejo «porque en casa teníamos conejos, él era muy activo, quieto no estaba y empezó, cuando mataba un conejo o un cordero ya preparaba la piel para el tambor», resalta su hija.
Un trabajo importante también para este artesano. La medida la ponía en un palo redondo. «Hacía unos arillos de salguero, que dobla bien, y luego ya las iba enrollando allí y hacía la circunferencia que necesitaba», dice su hijo. Las mejores las de cordero, porque «la de conejo eran para tambores más pequeñitos que hacía porque no daban, tenían que dar 30 y bastantes centímetros de largo y de ancho para que le valiera».
«Vete donde Pepe»
Al hablar de las pieles para los tamboriles su nieto no deja pasar por algo una anéctoda. «Me acuerdo que tenía yo un gato persa, mi abuelo tendría 90 y pico años, se nos murió y lo enterramos en Santa Marina y me decía que a ver dónde lo había enterrado que tenía una piel de la leche».
Su familia cree que a pesar de tratarse de una afición el trabajo de su padre y también abuelo fue muy reconocido en El Bierzo porque aparte de hacer tamboriles y chiflas también los arreglaba. «Vete donde Pepe que te la arregla o te pone una piel, decían».
Murió con 98 años y hasta ese momento José González, Pepe, siguió trabajando y haciendo gala de su entrega por una pasión con la que acabó sus días. «Yo le decía: papá esa chifla la tiene bien, no ande en ella, y me decía: Qué sabrás tú», apunta su hija. Hace memoria y relata como había un vecino de San Román que hacía chiflas con una terminación redondeada venía a ver a su padre y le decía «yo no sé Pepe, mírala tú que yo no las hago tocar», sonríe. «Y él se la arreglaba y la chifla tocaba».
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