Ponferrada, 10 años vibrando a ritmo de jazz
El festival berciano celebra su décima edición convertido en una cita imprescindible del verano cultural, con una programación que mezcla tradición, modernidad y espíritu de calle
Cada final de agosto, Ponferrada se transforma. El bullicio de las plazas, el eco de los saxos en rincones inesperados y la silueta del Castillo de los Templarios iluminado por acordes improvisados convierten a la ciudad en un escenario único. Durante casi una década, el festival KM 251 Ponferrada es Jazz ha tejido un puente entre la tradición y la modernidad, entre lo local y lo internacional, hasta consolidarse como una de las citas culturales más singulares del noroeste peninsular.
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El nombre del festival es, en sí mismo, una declaración de intenciones: alude al punto kilométrico de la línea férrea Palencia–A Coruña en el que se encuentra la estación de tren de Ponferrada. Una metáfora de viaje, de movimiento y de encuentro, que encaja con la esencia del jazz, un género que se reinventa a cada compás.
Desde su primera edición en 2016, KM 251 Ponferrada es Jazz ha convertido el mes de agosto en una celebración donde los grandes nombres del género comparten espacio con jóvenes talentos, y la solemnidad del castillo se combina con la frescura de las actuaciones callejeras. Conciertos, jam sessions, cine, literatura y hasta gastronomía han dado forma a un festival que ha sabido crecer sin perder la cercanía con su público.
Este 2025 llega el momento de celebrar su décima edición. Tres días en los que la ciudad volverá a latir al ritmo de brass bands, fusiones de flamenco y jazz, nuevas voces y propuestas innovadoras que prometen hacer de esta conmemoración un viaje sonoro inolvidable.
El origen de un viaje musical
En 2016, Ponferrada se lanzó a la aventura de crear un festival de jazz propio. La idea partía de una premisa sencilla: si la ciudad estaba situada en el kilómetro 251 de la línea férrea Palencia–A Coruña, ¿por qué no convertir ese punto en una estación cultural de referencia? El tren, símbolo de movimiento y de conexión, se convirtió en la metáfora perfecta para un género musical que nunca deja de transformarse. Además, el nombre también incluye un guiño a la progresión de los acordes más populares del género (2-5-1).
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Desde entonces, KM 251 no solo ha llenado de música los muros del Castillo de los Templarios, también ha conseguido que calles y plazas se conviertan en escenarios improvisados. El jazz dejó de ser algo lejano para resonar en cada rincón de la ciudad.
De la aventura a la consolidación
A lo largo de una década, el festival ha pasado de ser una apuesta arriesgada a consolidarse como una cita imprescindible del calendario cultural. Por sus escenarios han pasado nombres de referencia como Javier Colina, Perico Sambeat, Chano Domínguez o Moisés P. Sánchez, pero también músicos jóvenes que encontraron aquí un espacio de visibilidad.
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La atmósfera de Ponferrada es parte de ese atractivo: el público escucha jazz en un castillo medieval o en una plaza popular, y esa mezcla de solemnidad y frescura lo distingue de otros festivales.
En este proceso, la clave ha estado en mantener un rumbo claro. Como subraya Miguel Ángel Varela, «desde el principio el festival ha tenido un criterio claro», destacando además la colaboración del guitarrista ponferradino Gio Yáñez, «que nos ayuda en lo artístico y ha sido fundamental». Esa línea de trabajo ha buscado siempre, en palabras de Varela, «un programa riguroso, artístico, que combine los conciertos de sala con la calle para que el público quite el miedo al jazz. Porque sigue habiendo miedo al jazz, hay mucho público que dice que no entiende el jazz, cuando el jazz creo que es la gran música del siglo XX de la que nace todo lo demás».
El impacto en la ciudad
Más allá de la música, este festival ha supuesto un impulso para la vida cultural y económica de la capital berciana. Cada agosto, las avenidas ponferradinas notan el movimiento de visitantes que acuden atraídos por el festival, mientras que los vecinos se reencuentran con sus calles convertidas en escenarios. El evento ha logrado que la ciudad se reconozca a sí misma en clave de jazz, integrando patrimonio, turismo y cultura.
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En este camino no han faltado obstáculos. Como reconoce Varela, «es curioso que una amenaza de lluvia nos puede afectar, pero en este caso lo arreglaremos y tiraremos hacia adelante, y la lluvia si llega pues bienvenida sea». Una frase que resume bien la resiliencia con la que la organización ha afrontado cada edición.
La décima edición: diversidad y celebración
En 2025, el festival celebra su décimo aniversario con una programación que refleja su vocación ecléctica y abierta. Durante tres días, del 27 al 29 de agosto, Ponferrada volverá a ser punto de encuentro de estilos, generaciones y sonidos que convierten cada rincón de la ciudad en un escenario vivo.
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Las calles se inaugurarán con el swing festivo de la Barba Dixie Band, un viaje a la Nueva Orleans de los años veinte que llenará de energía la avenida Gil y Carrasco. El mismo día, en el Castillo Viejo, el David Duffy Quartet propondrá una inmersión en terrenos más experimentales, donde el jazz se mezcla con la electrónica, la música contemporánea y el post-rock.
La segunda jornada dará paso a la flauta y la voz de Marta Mansilla, al frente de su Eme Eme Projet, que combina raíces jazzísticas con soul y hip hop. Por la noche, el protagonismo será para el Mario Morla Quintet, una formación en la que confluyen la creatividad del pianista berciano con el talento de músicos como Gío Yáñez o María Quiroga.
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El cierre llegará con acento internacional. En la calle, la Tropical Moon Jazz Band, procedente de París, evocará el espíritu de Sidney Bechet con su mezcla de jazz y música criolla. Y en el Teatro Bergidum, el festival pondrá el broche con el esperado diálogo entre Chicuelo y Marco Mezquida, una fusión de jazz, flamenco y música clásica que ha conquistado escenarios dentro y fuera de España.
Para Varela, la programación mantiene una doble misión: «en los conciertos de calle intentamos que el público entienda que el jazz es una música cargada de sentido y cargada de potencia». Y los datos, dice, le dan la razón: «Las ventas de los conciertos de sala van muy bien, yo creo que los del castillo los llenaremos, y los del teatro están también muy bien». La organización, además, no pierde de vista las contingencias: «En la calle tenemos plan B por si acaso llueve, pero vamos a esperar que llueva cuando tiene que llover, cuando hay incendios». Ese plan alternativo, confirma, pasaría por trasladar las actuaciones a espacios como el Teatro Bergidum o la sala Río Selmo, garantizando que la música no se detenga.
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Mirando hacia el futuro
Diez años son apenas el comienzo de un viaje más largo. El reto ahora es crecer en proyección internacional, atraer a nuevos públicos y mantener viva la esencia que ha hecho de KM 251 Ponferrada es Jazz, un festival singular gracias a su capacidad de implicar a la ciudad y de sorprender al público en cada edición.
Tal y como asegura Miguel Ángel Varela, la organización encara esta edición «con ganas; dadas las circunstancias creemos que, como dicen los americanos, 'el espectáculo debe continuar' y aunque el entorno está como está, creo que cumplir los compromisos adquiridos es lo mejor que podemos hacer en este momento».
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El tren del jazz seguirá pasando por Ponferrada cada verano. Y en el kilómetro 251 siempre habrá un billete reservado para quienes quieran viajar al ritmo de la música.
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