De casita rural a templo del fútbol: la historia del hotel que alojó a generaciones de estrellas
A un paso del estadio de El Molinón, y dentro del Parque de Isabel la Católica, es un pequeño y encantador caserón con más de 200 años de historia. Un oasis ajeno al bullicio de la ciudad llamado Molino Viejo, y que dio nombre al emblemático campo de fútbol del Sporting de Gijón.
Si uno va con prisas o al volante del coche, el Parador de Gijón pasa inadvertido. Unos árboles y su corpulencia, de apenas dos alturas, lo mantienen escondido, disimulado, indiferente al ajetreo habitual de una ciudad. Es una de sus espléndidas virtudes: un maravilloso reducto de paz, de tranquilidad… a un suspiro de todas las bonanzas (que son muchas) de la urbe. Para ser exactos, es que se encuentra en la propia Gijón.
Es un lugar sereno, apacible, que desde fuera se ve rojizo, terroso, maravillosamente encerrado en sí mismo
“Si pasas en coche ni te percatas de que está. Antiguamente esto era como el final de la ciudad, no había nada, ninguno de esos edificios que nos rodean estaban”, puntualiza la directora del Parador de Gijón, Pilar Valdés, que lleva a sus espaldas 35 años en este establecimiento. Ovetense, empezó en la recepción, menester en el que llegó a ser jefa y en 2013 fue nombrada directora: se conoce el Parador al dedillo, sus rincones, estancias, detalles, clientela, alma, todo. “Es como una casita rural”, nos comenta. En efecto, es un lugar sereno, apacible, que desde fuera se ve rojizo, terroso, maravillosamente encerrado en sí mismo… y abierto a todos sus huéspedes, esos que buscan su trato familiar, amistoso y su privilegiada ubicación.
En el cogollo de Gijón pero como si no estuviera ahí. Fantástico. Ocupa el edificio de un antiguo molino (de ahí su nombre, ‘Molino Viejo’) casi bicentenario que compartía los quehaceres propios de la molienda del grano con el uso como parada de postas para la diligencia. Por él circulaba un río, que con sus aguas aportaba la fuerza para mover las ruedas del molino, y que desembocaba en el Piles. A mediados del siglo XIX, Romualdo Alvargonzález, gijonés de pro, compró la finca en la que hoy habita el Parador, llamada ‘El Molinón’ y fundó la empresa ‘La Hormiga’, en donde se fabricaban conservas de pescado y harinas. Imagínense unas marismas, una enorme explanada formada por ese edificio y un campo vallado con maromas playeras donde los jugadores del Real Sporting celebraron los primeros partidos, allá por 1908. Hoy en día, el enorme estadio de ‘El Molinón’ surge junto al Parador… Todo tiene un porqué; el caprichoso e inesperado azar de la vida. Pero regresemos a la historia del Parador de Gijón.
A principios del siglo XX las instalaciones estaban en desuso, así que se encauza el último tramo del río Piles, a mediados de los años 20, y en 1936 se recomienda sanear toda la zona y construir un parque en ella. Manos a la obra: en 1941 el Ayuntamiento encarga la realización del proyecto a Ramón Ortiz, segundo jardinero del Ayuntamiento de Madrid y la Casa de Alba. Llega el alcalde José García-Bernardo (1948-1958) y el consistorio adquiere el ‘Viejo Molino’ y los terrenos que lo circundan para continuar con la ampliación del Parque (el de Isabel la Católica). En diciembre de 1966 se vende el inmueble al Estado por 250.000 pesetas de las de entonces para convertirlo en Parador Nacional de Turismo.
El sábado 10 de junio de 1967, el ministro de Información y Turismo, Manuel Fraga, viene a Gijón a presidir la apertura de la entonces denominada ‘Hostería del Viejo Molino’: seis habitaciones para clientes, comedor para 80 comensales, salón-bar, sidrería (que no falte), vivienda del administrador y servicios. ¿Su principal fin?: dar de comer.
A principios de los 80 se amplía hasta las 40 habitaciones actuales. Y es aquí, y ahora, donde nos hallamos, sentados con Pilar Valdés en la galería y cafetería, un largo y ancho pasillo colmado de mesas, con un flanco cubierto por enormes cristaleras, ventanales que se abren al jardín que, a partir de la Semana Santa, se transforma en una de las terrazas más agradables de Gijón, cónclave de reunión para tomarse un café, disfrutar bajo sus árboles, su riachuelo, su puente, sus palmeras y al albur de la vegetación (y los vestigios del antiguo cauce) de un aperitivo, comer, tardear hasta las doce de la noche… Sí, ajenos al mundanal bullicio exterior. El otro extremo del Parador, digamos la parte de atrás, confluye en el inmenso Parque de Isabel la Católica, repleto de paseantes, diletantes del placer, un sosegado vergel colmado de estanques, pavos reales, cisnes, patos, 65 especies de plantas distintas, uno de los mayores parques urbanos de Asturias y considerado Bien de Interés Cultural. A este jardín miran las habitaciones superiores (todas las del Parador son dobles, excepto una individual), un lujo acariciado por la naturaleza.
La palabra, y el sentimiento, que mejor describe el Parador de Gijón es familia. Y hogar
El interior es, como dice la directora, “muy sencillín”. Es lo que nos gusta, nos atrae. Una casita (por utilizar ese diminutivo tan asturiano) íntima, de 40 habitaciones exteriores, la galería-cafetería, terraza, un amplio y hermoso comedor (qué fabada…), y un confortable y delicado matrimonio entre elementos rústicos (esas techumbres atravesadas por vigas de madera) y destellos de mobiliario contemporáneo, como esos butacones del lobby. Amplias cristaleras que inundan de luz todo el Parador, que engrandecen un ‘saloncito’ pequeño con chimenea y el Salón Parque, afables, cálidos, que surgen sin fronteras con los lugares de paso, estupendos para sentarse y gozar de una buen libro, una conversación o la simple y relajada contemplación.
La palabra, y el sentimiento, que mejor describe el Parador de Gijón es familia. Y hogar. Lo hemos comentado antes, es como una casa (casita, perdón) rural, en la que se alojaban, cuando el Real Sporting de Gijón militaba en la primera división, todos los equipos de fútbol, donde dormían las estrellas del fútbol, desde el Real Madrid hasta el Barcelona, “y se nos llenaba de jugadores, fans, periodistas deportivos… y cuando había conciertos en ‘El Molinón’, por aquí andaban Bruce Springsteen, Paloma San Basilio, todos”, confiesa Pilar Valdés, la directora del Parador de Gijón.
Es una encrucijada idónea para moverse y conocer Asturias. Su privilegiada ubicación, en el centro de la región, permite visitar en un santiamén, los parques naturales de Somiedo, Redes, Fuentes del Narcea, Ponga, Las Ubiñas-La Mesa, Degaña e Ibias y, por supuesto, los Picos de Europa. O las costas, tanto la Occidental como la Oriental y cómo no, la propia ciudad de Gijón: el Muro de San Lorenzo, el río Piles, Cimadevilla, el edificio emblemático que acoge la Universidad Laboral, el Puerto, el coqueto Teatro Jovellanos, el Jardín Botánico Atlántico y sus incontables sidrerías.
Las recomendaciones de los que más saben...
RECEPCIONISTA
Miguel Camblor
Trabajador en el Parador de Gijón
RECEPCIONISTA
Gema Lamarca
Trabajadora en el Parador de Gijón
JEFE DE ADMINISTRACIÓN
Victor Alberto Gutiérrez
Trabajador en el Parador de Gijón
Este 2024 se cumple en centenario del nacimiento del genial artista Eduardo Chillida. En un año repleto de exposiciones y homenajes dedicados a su figura, no existe mejor tributo que acercarse a contemplar su impresionante escultura ‘Elogio del Horizonte’, una de las actividades que sí o sí debe hacer al visitar Gijón (y alojarse en su Parador). Situada en 1990 en la parte más alta del Cerro de Santa Catalina (también tiene que pasear por él), está realizada con hormigón armado, mide 10 metros de altura y pesa 500 toneladas. Atraviesa Cimadevilla, asciende a la explanada del Parque del Cerro de Santa Catalina y se sitúa bajo el ‘Elogio del Horizonte’, un enorme brazo (que es lo que realmente representa), mira hacia el Mar Cantábrico y… lo va a escuchar, el sonido de la olas que golpean las rocas: es el secreto de esta prodigiosa obra de arte.
Pilar Valdés, la directora del Parador de Gijón, nos lo ha recomendado, a ella le encanta, y nosotros, que somos alumnos aplicados, le hacemos caso: “Me gusta mucho la zona del Quirós, en donde está la senda del Oso”, nos dice. Allá vamos. En apena una hora en coche uno se topa con la Vía Verde Senda del Oso (su nombre oficial), un camino en forma de ‘Y’ con dos opciones de recorrido: Tuñón-Cueva Huerta (Teverga) y Tuñón-Ricao (Quirós). Ambas son de baja dificultad y discurren sobre las antiguas vías de un ferrocarril minero, pero lo que nos interesa, y su principal aliciente, es ver a los osos pardos cantábricos, es su refugio, una de las últimas poblaciones de ellos y si se fija bien y tiene suerte, les puede atisbar mientras corretean y se alimentan. Todo un lujo… muy natural.
Hoy comemos...
El patrimonio gastronómico asturiano es inabarcable, jugoso, suculento, y el Parador de Gijón es uno de los mejores enclaves en los que disfrutar de sus delicias culinarias. A los mandos de sus fogones se encuentra Abraham Alonso Delgado, un ovetense de 42 años, amante de los productos de su tierra y apasionado de trabajar con las manos, porque “al final los cocineros somos artesanos y tenemos la posibilidad de no seguir una partitura y proponer variaciones”. La esencia que palpita en los platos del Parador es la tradición que emana de esas raíces asturianas, léase fabada y pote, chacinas o quesos como los de Afuega’l Pitu, Gamoneu, Ahumado de Pría, La Peral, Cabrales… “Elaboramos la fabada tradicional pero también una que hacemos con percebes del cabo Peñas, para contribuir al desarrollo de la pesca de la zona. La salinidad que aportan los percebes la contrarrestamos con la grasa del foie, es un plato que gusta mucho”. En la carta del Parador no faltan los chipirones afogaos, típicos de Gijón “y que realizamos con una jardinera de verduras, enteros y rehogados con un poco de sidra”, las cebollas rellenas de bonito (cocinadas lentamente en una salsa de tomate), pescados frescos de las costas asturianas y, cómo no, postres emblemáticos como la tarta tatin de manzana, el arroz con leche y los frisuelos “que rellenamos con un requesón típico del Occidente”. Y no se olviden de sus callos, eso sí, a la asturiana, “que aquí se pican muy ‘fininos’, y son pegajosos y picantes; no son grandes como los que se elaboran a la madrileña”, apunta Abraham. Crema de andaricas, carne estofada y riñones al jerez con llámpares (lapas), una asociación de sabores espectacular.
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Redacción: Kino Verdú .