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Nuria Rodríguez confiesa cómo superó su peor bache: 'Si pude con ello, puedo con todo'

La joven madrileña, campeona de España de patinaje artístico y embajadora de Iberdrola, relata cómo superó las dudas sobre el hielo.

Equipo Relevo

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En diciembre de 2022, cuando todos los focos la apuntaban, Nuria Rodríguez perdió algo más que un campeonato de España. «Iba segunda y de repente mi cabeza me traicionó», reconoce a Relevo.

«Terminé el programa destrozada. Pensé que lo tenía que dejar, que no podía más. Estaba hundida. La gente me decía que no pasaba nada, pero yo por dentro sentía que me había vuelto a pasar lo mismo, había fallado. Otra vez». Empezó entonces una turbulenta montaña rusa de emociones. Su año más difícil. «Fueron meses bastante duros», admite. «Mi madre me decía que no podía rendirme, pero había perdido la confianza. No podía saltar, no tenía la confianza para hacerlo». Hasta ahora.

En noviembre de 2023, casi un año después del crack mental, y tras superar con éxito varias molestias físicas, Rodríguez despejó, al fin, todas las incógnitas de su cabeza. «Lo hice gracias a mis compañeros y a mi familia», explica la madrileña, que a sus 19 años goza de una experiencia inusual sobre el hielo. «Ahora miro para atrás y me enorgullece haber superado ese bache. Me digo a mí misma ‘fíjate si he sido fuerte que me he levantado de aquellas y puedo estar aquí’. Lo pienso y digo: puedo con todo. Amo este deporte más que nada».

Las dudas, en cualquier caso, han sido una constante en la carrera de la madrileña, que a sus 19 años ya ha sacrificado mucho para llegar donde está. «Yo siempre he dicho que los patinadores tenemos como dos vidas», señala desde la pista de hielo Francisco Fernández Ochoa, en Valdemoro, donde entrena habitualmente. «Hay una vida fuera del hielo y otra aquí, dentro. Son totalmente diferentes. Es algo que quizá solo los que lo vivimos somos capaces de entender del todo».

De hecho, fue hace bien poco cuando la joven de Leganés sintió el clic, como si todo lo que en algún momento pendió de un hilo hubiera regresado ahora al punto idóneo. «Fue duro, claro que lo fue. Yo me lesioné, pero ya venía mal mentalmente. De hecho, utilizaba la lesión un poco como excusa. Pensaba: qué maravilla que no voy a entrenar hoy. No tenía ganas», reconoce. «Todo eso me ha pasado, y es algo de lo que no me siento orgullosa, pero es la realidad que vivimos. Yo he podido superarlo y creo que ahora mismo estoy en un momento maravilloso. Siento otra vez que todo está en su sitio».

Atrás quedan, por tanto, los miedos e inseguridades de alguien que siempre ha temido por algo mucho más peligroso que las lesiones. «Siempre me ha dado mucho más respeto mi salud mental que hacerme daño físicamente», sostiene entre los crujidos del hielo. «Al final, las lesiones son parte del deporte de élite, que no deja de ser un juego. Con lo otro, pierdes la confianza en ti. Crees que de repente no eres capaz de nada».

Es ahí, en ese camino, cuando más se necesita un entorno sano y comprometido. Ese en el que Rodríguez, dice, se ha apoyado más que nunca. Un pilar que ha brillado por encima de cualquier otro. «Mi hermana ha sido la persona más importante en todo este proceso», sostiene, no sin una pizca de emoción en los ojos. «Ella ha sido mi refugio. Siempre ha estado a mi lado, cuando me metía en la cama sin ganas de salir de mi cuarto por un mal día o un mal entrenamiento. Es mi abrazo protector, esté conmigo o a distancia».

Sofía, dos años mayor que ella, acompañó a Nuria en los primeros pasos sobre el hielo, cuando el patinaje aún era un juego . «Todo empezó por mi tía, cuando yo tenía cuatro años», recuerda. «Un día, caminando por la calle, vio una pista de hielo y llamó a mi madre para que nos apuntara a mí y a mi hermana. Yo en ese momento hacía baloncesto, tenis y natación, no paraba quieta, pero mi madre nos apuntó, a nosotras y a nuestras primas».

Eso sí, los comienzos no fueron fáciles precisamente. «Al principio lloré mucho. Me costó. No quería entrar al hielo», reconoce la hoy patinadora. «Me daba miedo caerme y hacerme daño, aunque también un poco los entrenadores. Eran hombres súper grandes, que me sacaban muchos cuerpos de diferencia y a los que solo se les veía la mirada, porque como hacía frío, iban muy tapados».

Pero el tiempo y sobre todo la repetición —un día tras otro yendo a la pista y viendo a su hermana Sofía disfrutando de lo lindo—, terminó por inclinar la balanza hacia el lado contrario. «Al final me animé», explica. «Y fue tan bien que al poco, los entrenadores vieron que tenía potencial y nos ofrecieron pasar a la escuela pre-competición. Poco a poco, mis primas lo fueron dejando y nos quedamos mi hermana y yo. Luego ella lo dejó y ya solo me quedé yo. Con lo que me costó meterme y mira. Me había enamorado por completo».

Paso a paso, prudente, aunque siempre con una sonrisa que transmite un positivismo irrefrenable, Rodríguez fue alcanzando sueños en una disciplina en la que el esfuerzo económico es innegociable. «El patinaje es un deporte muy caro», apunta. «Si te pones a repasar, es un deporte en el que… [piensa]. Las cuchillas son 700 euros, las botas andarán por 500 y pico, entrenar en una pista como esta no es barato, luego cada competición, la gasolina en los desplazamientos, los hoteles, la ropa de competición…».

De hecho, la madrileña admite que muchas compañeras lo han tenido que dejar por el camino. «No hay casi apoyos», lamenta. «Este ha sido el primer año en el que me han ayudado con unas cuchillas, que se cambian aproximadamente cada año y medio, y son una inversión muy grande. Vivir de este deporte es muy, pero que muy difícil. Y más en España».

Por suerte, Rodríguez cuenta desde el último verano con el apoyo de Iberdrola, compañía de la que, además, es embajadora. «Estoy encantadísima con ellos», reconoce. «El día que me escribieron, yo estaba en mi casa y no me lo podía creer. Llamé a mi abuela, a mis padres, a mi hermana. ¡Ni un balón de oro, vamos! Al final, el apoyo de Iberdrola me motivó muchísimo. No solo a dar lo máximo para ir a Mundiales o Europeos, sino también para dar aún más visibilidad a nuestro deporte».

Eso sí, la de la compañía eléctrica no es la única ayuda de la madrileña. «Más allá de eso, mi madre ha sido una parte esencial en mi vida. Ella ha sido, junto a mi padre, quien me ha llevado a entrenar cada día, sacrificando mucho de su vida, de su trabajo y de su tiempo libre», asegura. «¡Es ella quien me ha diseñado siempre mis vestidos de competición!», añade, orgullosa como en pocos momentos de la conversación. «Durante la cuarentena, de hecho, yo la veía coser y me quise animar porque a mí me encanta la moda, soy una persona súper presumida [risas]». Pero, revela, no salió bien. «Bueno, bueno. Le preparé una a mi pobre madre… ¡En qué momento! Me cargué todas las telas que tenía intentando hacer algo decente».

Un síntoma más de una deportista que, siempre sonriente, alegre, emana energía a raudales. «No paro nunca quieta», confiesa, antes de confesar, con una mínima advertencia, sus objetivos para el año que acaba de comenzar. «Un entrenador noruego que tuve siempre me dijo que fuera cortoplacista, paso a paso, metas cortas. Y no se me ha olvidado», recuerda. «Quiero ir poco a poco, que es la única forma de mejorar. Al final, mi 2024 sería bueno si consigo alguna mínima, ir a un Mundial o a un Europeo. Ojalá lo consiga».