Una noche en el majestuoso palacio donde se traicionó a un rey y durmió Napoleón
La localidad burgalesa de Lerma no se podría entender sin el imponente palacio que domina su Plaza Mayor y sin el duque que la hizo famosa. Pasado y esplendor dan forma a este palacio del siglo XVII que hoy alberga un encantador Parador que esconde mucha historia
Primero fue un castillo medieval. Después, un lujoso palacio para mayor gloria de Francisco de Sandoval y Rojas, duque de Lerma, valido de Felipe III y uno de los hombres más poderosos de España. Tanto que el duque de Lerma consiguió que esta pequeña villa burgalesa se convirtiera a principios del siglo XVII en el epicentro del poder del reino. Por si fuera poco, sus muros han sido testigos de los más grandes momentos de la historia: desde los estrenos de las obras de Lope de Vega en su patio central hasta el nacimiento de la infanta Margarita (1610), la adolescente boda de Luis I de Borbón, hijo de Felipe V, con Luisa Isabel de Orleans (1722) o la toma de las tropas Napoleón Bonaparte, donde el emperador francés durmió e instaló sus oficinas (1809). Hoy, este majestuoso palacio ducal es un acogedor Parador perfecto para una escapada de invierno repleta de historia.
Junto al río Arlanza y dominando la villa se erige sobrio y elegante el Parador de Lerma, que este 2023 cumple 20 años de su apertura. Desde la carretera ya se divisa la silueta de esta imponente construcción de piedra, declarada Bien de Interés Cultural, con 210 balcones de piedra y cuatro torres (que el duque de Lerma consiguió construir haciéndole la envolvente a Felipe III, porque los palacios, a excepción de los de los reyes, solo tenían derecho a tener dos), pero que esconde lo mejor de su esencia en su interior.
Nada más atravesar su puerta, el Patio de Bolaños se erige como el corazón del Parador. Se trata de un precioso y cálido claustro donde conviven en armonía la sobriedad del vetusto palacio con un acogedor espacio repleto de arte que invita a la desconexión y a la calidez, especialmente en esta época. Este claustro ha sido recientemente remodelado para convertirse en un punto de descanso y encuentro abierto a turistas y vecinos con el arte como reclamo. El duque de Lerma fue uno de los mecenas y coleccionistas de arte más importantes de la Europa del siglo XVII y Paradores ha querido que ese pasado y la modernidad se den la mano en este espacio donde sobresalen obras de arte contemporáneas que reinterpretan su figura y colección junto con otras obras históricas como La virgen del trono, una de las piezas más valiosas de la colección artística de Paradores por su antigüedad (siglo XIV) y su gran tamaño, así como un tapiz flamenco de siete metros tejido con oro y plata que representa El rey Poros herido es conducido ante Alejandro (1675-1700) y forma parte de la serie de la Vida de Alejandro Magno según modelos de Charles Le Brun.
“Hemos querido combinar lo clásico y lo moderno”, explica la directora del Parador, Eva Legaza, y convertir el patio y el Parador “en un punto de encuentro. Intento que sea la casa de todos”, agrega haciendo énfasis en la vinculación que tienen los lermeños con su palacio ducal. “El Parador es el centro de Lerma. Todo el turismo y los negocios están a su alrededor. Es una institución en Lerma. Y el pueblo tiene ese sentido de pertenencia con el palacio ducal. Siente el edificio como propio”, agrega Estíbaliz Martín, jefa de recepción del Parador.
El duque de Lerma tuvo una de las colecciones de arte más importantes de la Europa del siglo XVII. Atesoró casi 3.000 pinturas con obras de pintores como Fra Angélico, El Greco, El Bosco, Rubens (su pintor favorito) o Tiziano. Algunas de estas piezas se pueden ver hoy en el Museo del Prado, pero Paradores ha querido rendir con acierto homenaje a la importancia que el arte tuvo en el palacio ducal y en la villa de Lerma. Para ello, acaba de incorporar obras de arte y una nueva decoración al Patio de Bolaños fusionando ese pasado con la actualidad. Obras de artistas contemporáneos como Rubén Rodrigo, Lino Lago y José Manuel Ballester decoran este precioso claustro en una reinterpretación de las obras del propio duque. Destacan el lienzo Fake Abstract, de Lino Lago, una interesante intervención que parte del clásico el retrato ecuestre del duque de Lerma de Rubens mezclado con la abstracción de líneas y colores; o el cuadro Lugar para una Anunciación, una interpretación de Ballester de la obra de Fran Angélico, que hoy se encuentra en el Museo del Prado pero estuvo que antes en la colección del duque de Lerma.
En cálidos tonos ocres y verdes está decorado hoy el Salón Catalina de la Cerda (en homenaje a la esposa del duque de Lerma), donde se sirven los desayunos. Es probablemente una de las estancias más especiales del Parador porque aquí tenía sus aposentos el duque de Lerma. El salón cuenta con dos espacios que antaño fueron utilizado para recibir visitas, dos chimeneas y dos magníficos balcones al precioso convento de San Blas, donde hoy siguen viviendo monjas dominicas y desde donde salía uno de esos pasadizos que usaba el duque para ir a misa sin ser visto ni pisar la calle. Una disposición que da buena cuenta del lujo y la suntuosidad del interior de este palacio en contraste con su sobriedad arquitectónica.
Esa sobriedad y calidez del Patio de Bolaños se extiende a las habitaciones del Parador. Con acceso desde el propio claustro y con unas vistas privilegiadas de la vega del Arlanza está la habitación 106, conocida como de la Infanta Margarita, la séptima hija de Felipe III y Margarita de Austria-Estiria, que nació en el Parador en 1610. Hoy, esta suite con cama con dosel y un imponente jacuzzi con vistas a la naturaleza hace recordar al visitante el lujo de otra época. Otras de las habitaciones más destacadas del Parador son la 313, donde Napoleón Bonaparte instaló su oficina y aposentos durante la Guerra de la Independencia, y las que se ubican en las cuatro (inusuales) torres del palacio.
Cerca de ahí, en la tercera planta, que es la más recoleta del conjunto, también se encuentra el llamado Salón de Luis I de Borbón, un amplio espacio con suelos de mármol y decoración señorial que hace honor a la magnífica boda real que acogió en estos muros donde hoy se celebran eventos y reuniones. El catálogo de curiosidades se completa en la planta más baja donde, en las antiguas antiguas bóvedas y cocinas del palacio ducal, se encuentran una zona de descanso y un completo gimnasio para los clientes.
LA LEYENDA (Y LA SOMBRA) DEL DUQUE
Para entender la importancia del palacio ducal de Lerma hay que remontarse a 1601, cuando el duque lo mandó construir a Francisco de Mora, discípulo de Juan de Herrera. Gracias a su poder y al traslado de la corte a Valladolid que él mismo impulsó, Lerma se convirtió en una villa de recreo para nobles y reyes y el palacio, cómo no, en su centro. Tanto que por allí desfilaban artistas como Góngora o Lope de Vega para representar sus obras en el claustro, era habitual que hubiera banquetes y fiestas para nobles y reyes. De hecho, se le llamaba el pequeño Escorial de Burgos.
Cuentan las leyendas que el duque era tan exquisito que evitaba mezclarse con el vulgo. Para ello, creó una red de pasadizos y túneles, que cruzaba en palanquín, para ir directamente a los conventos e iglesias de la villa sin pisar la calle. Las costuras de uno de esos pasadizos elevados se pueden ver en el lateral del convento de San Blas, frente a la balconada de lo que fueron los aposentos del duque, o en el flanco derecho derecho de casas de la Plaza Mayor, antaño pasadizo y vía de escape del duque y que después (hasta hoy) fueron ocupadas por vecinos de Lerma. Ese pasadizo comunicaba con la segunda planta del palacio, donde muchos años después también vivieron algunos leremeños.
Se dice que Lerma está hueca por dentro por esa red de pasadizos, que hoy se puede conocer gracias a una visita organizada por la Oficina de Turismo de la localidad, que también ocuparon las célebres bodegas de la localidad, otro de sus polos de atracción turística con la DO Arlanza a la cabeza. Esos túneles también fueron decisivos para que los vecinos, liderados por el cura Merino, plantaran cara a los franceses en la Guerra de la Independencia. Cada año, en los últimos días de mayo o primeros de junio, los vecinos recrean esta gesta.
Las recomendaciones de los que más saben...
JEFA DE RECEPCIÓN
Estíbaliz Martín
5 años en el Parador de Lerma
GOBERNANTA
Aroa Pérez
4 meses en el Parador de Lerma
AYUDANTE DE RECEPCIÓN
Mar Fierro
8 meses en el Parador de Lerma
Sin duda, el Parador es el reflejo de esa Lerma gloriosa del Barroco español, así como del poder del duque, que se convirtió en el hombre más poderoso (y rico) del reino a base de maniobras urbanísticas y de manipular a Felipe III. Dos décadas le duró el engaño, ya que terminó cayendo en desgracia acusado de corrupción y nepotismo (aunque diferentes tesis defienden hoy que, en realidad, fue víctima de un complot por parte de su propio hijo, el duque de Uceda, y su sucesor, el conde-duque de Olivares) y, con él, la villa y el palacio cayeron en el olvido. Para eludir los procesos judiciales por desviar dinero de las arcas reales, el duque se convirtió en cardenal y finalmente se retiró de la vida pública. “Para no morir ahorcado, el mayor ladrón de España se viste de colorado”, se decía popularmente para describir su final.
El palacio volvió a abrir para la boda de Luis I de Borbón y durante la Guerra de la Independencia fue ocupado por las tropas francesas, que en su retirada lo incendiaron y saquearon. Durante la Guerra Civil se convirtió en cárcel y, posteriormente, se utilizó como almacén de alfombras, ferretería, viviendas e incluso para celebrar las fiestas de quintos de la localidad hasta que en 2003 se transformó en Parador. “El Parador devolvió la vida al casco antiguo de Lerma. Es el motor económico de la zona”, explica Eva Legaza. Y lo cierto es que el palacio ducal es el mejor testigo de ese pasado, pero también el corazón de un presente y un futuro de una villa ilustre que hoy sigue siendo un reclamo para los amantes de la historia y para aquellos que buscan una escapada relajada.
Restaurante del Parador de Lerma
Hoy comemos...
Una oda a la gastronomía tradicional castellana es lo que ofrece el Parador de Lerma en sus dos espacios gastronómicos: el restaurante Mayorazgo, con una carta más tradicional, y la Bodeguita, con un enfoque más informal perfecto para el noble arte del tapeo. La morcilla de arroz, el queso de Burgos y, por supuesto, el lechazo son las estrellas de una carta donde tampoco faltan guisos tradicionales (e ideales en estas fechas) como la riquísima sopa de ajo castellana o el tentempié del cura Merino, o lo que es lo mismo, migas del pastor con chorizo, morcilla, huevo frito y pimientos. Pero, como afirma Amancio Roldán, jefe de cocina del Parador de Lerma desde hace medio año, «la estrella absoluta es el cordero de raza churra de la zona con IGP» dentro de esa apuesta de la red de Paradores por fomentar en sus cartas el producto local de proximidad y esa cocina autóctona con toques de autor.
Pero si hay un plato ineludible en la carta del Parador de Lerma ese es el lechazo. Roldán nos da la receta para hacerlo. Lo primero que hacen es untar el cuarto de lechazo en manteca, añadir sal y un poquito de agua y se envasan al vacío para que confiten durante tres horas y media a 100 grados. Una vez que la carne ya está melosa, se le da un golpe fuerte de horno hasta que se dore y se sirve en cazuela de barro acompañado de patatas panadera y una ensalada verde. ¿Y en casa cómo confitamos? «Creo que lo mejor es hacer de forma tradicional: con un tiempo largo de cocinado en el horno regándolo con el caldo y sus jugos».
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Créditos
Coordinación: Prado Campos
Fotografía: Andrés Martínez Casares