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Los métodos Kakebo y Harv Eker para ahorrar (y que salgan las cuentas a final de mes)
La economía doméstica es la gestión de los ingresos que entran en el núcleo familiar para su correcta distribución, de tal forma que los gastos y las necesidades de sus integrantes queden cubiertos. Por tanto, aprender a gestionar bien nuestra economía doméstica es vital para tener un control de nuestro dinero, poder llegar a fin de mes y, cuando surjan, hacer frente a los imprevistos
Lo más práctico y efectivo para gestionar nuestra economía doméstica es elaborar un presupuesto mensual. Puede sonar complicado y hasta ambicioso, pero hacerlo es tremendamente sencillo y nos permitirá tener una visión de conjunto de cómo gestionamos nuestro dinero en el día a día: cuánto ingresamos, cuánto gastamos y en qué lo hacemos y cuál es nuestra capacidad de ahorro. Y, para lograrlo, hay muchas formas, como algunos métodos llamados Kakebo y Harv Eker. Pero antes es importante conocer algunos conceptos.
¿Cómo se elabora un presupuesto?
Para elaborar un presupuesto podemos utilizar un cuaderno en el que dibujemos dos columnas. En una apuntaremos cuáles son nuestros ingresos (nómina, pensión, prestación por desempleo…) y los sumaremos para saber cuánto ganamos mensualmente. En la otra, añadiremos todos nuestros gastos y también los sumaremos. Esta vez, para saber cuánto hemos gastado ese mes.
Además de la opción del cuaderno, también se puede recurrir a las hojas de cálculo de Excel o a las aplicaciones móviles que, entre otras cosas, permiten entender de un solo vistazo, y a veces en tiempo real, la evolución que están experimentando nuestros ingresos y, sobre todo, nuestros gastos. Son múltiples las opciones de herramientas que existen para organizar nuestras finanzas. Para conocerlas y encontrar la que más encaje con nosotros, podemos acudir a fuentes como las que Banco Santander tiene a nuestra disposición para ayudarnos a gestionar nuestra economía financiera, como Finanzas para Mortales o Santander Consumer Finance.
Elaborar un presupuesto mensual nos permitirá tener una visión de conjunto de cómo distribuimos y gastamos nuestro dinero
¿Qué tipo de gastos hay?
Podemos dividir nuestros gastos en tres grandes grupos: gastos fijos (aquellos con los que cubrimos parte de nuestras necesidades básicas y que suelen implicar la misma cuantía de dinero mensual: alquiler, hipoteca…), gastos variables recurrentes (con ellos respondemos al resto de nuestras necesidades básicas como la alimentación, energía, educación…) y los gastos variables ocasionales (aquellos que destinamos a imprevistos o a actividades que no son imprescindibles, pero que mejoran nuestra calidad de vida: ocio, viajes, cultura…). Es importante tener en cuenta también los gastos hormiga.
¿Qué son los gastos hormiga?
Son gastos cuya cuantía no es muy elevada y que normalmente hacemos sin darnos cuenta. Estamos hablando, por ejemplo, de ese café diario en el trabajo. De manera aislada, no representan un problema. Ahora bien, este tipo de gastos suelen realizarse reiteradamente por lo que sumados a lo largo de la semana, el mes o, incluso, el año suponen cantidades importantes. Identificar este tipo de gastos suele ser complicado ya que en el momento no suponen un gran desembolso de dinero.

¿Qué información nos proporcionará el presupuesto?
El presupuesto nos proporciona información sobre cómo gestionamos nuestro dinero en el día a día. A final de mes, podemos encontrarnos con que manejamos un presupuesto equilibrado (ingresos y gastos son iguales), uno deficitario (los gastos superan a los ingresos) o uno con superávit (los ingresos son mayores que los gastos y, por tanto, podemos ahorrar).
¿Qué es el ahorro y por qué es importante intentar ahorrar?
El ahorro es el dinero que nos queda disponible después de pagar todos los gastos. La cantidad exacta se obtiene restando nuestros gastos mensuales a los ingresos que hemos obtenido (ingresos – gastos = ahorro). “Quien guarda un euro cuando puede, tiene un euro cuando quiere” bien podría ser el mantra que uno se repitiera para recordar la importancia de ahorrar. Y es que guardar una parte de nuestra renta puede ayudarnos, por ejemplo, a hacer frente a los imprevistos o a poder cumplir con planes futuros como un viaje. Aunque no siempre resulta posible ahorrar, los expertos recomiendan intentar guardar un 10% de nuestros ingresos.
El presupuesto mensual es la herramienta que puede ayudarnos a detectar de un solo vistazo si estamos ahorrando o si, por el contrario, tenemos que replantearnos nuestra economía doméstica y los gastos en los que incurrimos. Con él en la mano, seremos capaces de detectar nuestra capacidad de ahorro y también podremos fijarnos metas realistas.
Aunque no siempre resulta posible ahorrar, los expertos recomiendan intentar guardar un 10% de nuestros ingresos
Métodos para convertir el ahorro en un hábito
Existen pequeños trucos, como incorporar el ahorro como un gasto fijo con el que debemos cumplir todos los meses, ponernos retos y metas a largo plazo o llevar un control continuado de los gastos para ser conscientes de por dónde se nos va el dinero, que pueden ayudarnos a ahorrar. También hay gestos que contribuyen a ello, como pueden ser pensar antes de lanzarnos a comprar, comparar precios o priorizar las marcas blancas en la cesta de la compra.
Sin embargo, en ocasiones esto no resulta suficiente y conviene recurrir a métodos que pueden facilitarnos el incorporar a nuestra vida el hábito del ahorro.
Método Kakebo. Este sistema es sencillo, pero requiere constancia ya que consiste en anotar cada día todos tus gastos. Sin olvidar especialmente los más pequeños, los gastos hormiga. De esta forma, a final de mes nos permite tener una visión de conjunto y detallada de aquello en lo que hemos gastado nuestro dinero, de dónde podríamos recortar y, por consiguiente, ahorrar.
Regla 50/30/20. La ventaja de este método es que ya nos proporciona el porcentaje de nuestros ingresos que deberíamos destinar a cada gasto: 50% a los fijos; 30% a los variables y el 20% restante al ahorro. A partir de ahí, nuestra labor consiste en decidir de qué gastos prescindimos para cumplir con esas cifras.
Método de Harv Eker. Este método sigue la estela del anterior, pero aumenta el nivel de detalle al especificar cómo deberíamos distribuir el porcentaje del dinero que nos sobre después de haber cubierto los gastos fijos. A estos, les dedicaremos un 55% de nuestros ingresos. El otro 45% lo distribuiremos entre inversiones (10%), formación (10%), ocio y compras no necesarias (10%), causas benéficas (5%) y ahorro (10%).
ALP. Suena sofisticado, pero es tremendamente sencillo. En realidad, ALP no es más que el acrónimo de “Aparta lo primero”. Lo que este método propone es tan simple como separar la parte de tus ingresos que deseas ahorrar antes de empezar a gastar. Para ello, los expertos recomiendan realizar un presupuesto mensual que nos ayude a fijar, de manera coherente y de acuerdo a nuestra situación, la cantidad de dinero que podemos guardar.
HE CONSEGUIDO AHORRAR, ¿AHORA QUÉ HAGO?
Transformar parte de tus ahorros, no todos, en inversión. Es decir, poner a trabajar ese capital que ahora mismo no necesitas para que genere más dinero.
¿QUÉ TENGO QUE TENER EN CUENTA A LA HORA DE HACER UNA INVERSIÓN?
La rentabilidad de la inversión, el riesgo que conlleva y la liquidez. Así, la rentabilidad es el beneficio que obtenemos de invertir el dinero. Se calcula en porcentaje, dividiendo la renta obtenida entre los recursos invertidos. Si el resultado es positivo, el producto es rentable.
El riesgo, por su parte, es la probabilidad de obtener rentabilidad. Este parámetro mide la incertidumbre ante cómo evolucionará la inversión que hemos realizado en un producto financiero. Existen tres tipos de riesgo: de crédito (riesgo de que no nos paguen), de mercado (asociado a cómo evolucionen los tipos de interés) y de liquidez. Con la liquidez nos referimos a la capacidad de recuperar nuestro dinero cuando queramos.
Para determinar si me conviene o no realizar una inversión tengo que tener en cuenta estos tres factores ya que van unidos. Y es que la rentabilidad de una inversión será mayor cuanto más riesgo conlleve y cuanto menos líquido sea el producto por el que optamos.
¿EN QUÉ PRODUCTOS PUEDO INVERTIR MI DINERO?
Podemos dividirlos en dos grandes grupos. Los productos de renta fija y los de renta variable. Con los primeros conocemos la rentabilidad que obtendremos desde el mismo momento en que realizamos la inversión y su riesgo es menor que los de renta variable. Estaríamos hablando de las letras del tesoro, los pagarés, los bonos y las obligaciones.
Los productos de renta variable son aquellos en los que no conocemos con
anterioridad la rentabilidad que supondrá nuestra inversión. Sería el caso, por ejemplo, de las inversiones en bolsa.