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¿Es mi hijo un ‘hater’ en potencia?

La desinhibición, el anonimato y la exposición a todo tipo de contenidos con las nuevas tecnologías pueden llevar a los menores a promover conductas irrespetuosas en Internet

Ana López-Varela

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Hater' (en inglés, “alguien que aborrece”) es el término empleado para referirse a los usuarios de la Red que denigran, desprecian o critican destructivamente a una persona, entidad, obra, producto o concepto determinado haciéndolo, según su definición en Wikipedia, “en base a causas poco racionales o tan sólo por el acto de difamar”. Son odiadores empedernidos que hacen suyo un discurso que ataca a colectivos concretos y que, generalmente, promueve contenidos intolerantes por motivos de raza, género, sexualidad o religión. Y no son pocos. De acuerdo a datos del Ministerio del Interior, en 2017, los delitos de odio crecieron casi un 12% respecto al año anterior, con 1.419 infracciones administrativas. Un año después, el número de publicaciones en RRSS con contenido de odio se duplicó según el Informe Facebook de abril de 2018.

Según los expertos, uno de los principales entornos digitales donde detectar el discurso del odio son las redes sociales, plataformas muy utilizadas por los adolescentes. Tal y como indica la web Por un uso Love de la tecnología –a través de la cual Orange quiere concienciar a niños y mayores sobre la importancia del uso seguro y responsable de las nuevas tecnologías– “la desinhibición, el anonimato y la exposición a todo tipo de contenidos son ingredientes para promover conductas irrespetuosas entre los usuarios”. Así, se desarrollan perfiles de usuarios que disfrutan instigando a otros a través de comentarios ofensivos o mensajes hirientes. Pero no sólo ocurre en las RRSS, el ciberodio también se da en otro tipo de comunicaciones electrónicas como foros de páginas web, blogs, juegos online, e–mail o mensajería instantánea.

Pero, ¿podría ser nuestro hijo un hater en potencia? Por desgracia es algo más común de lo que parece. Para descubrirlo, es básico observar las costumbres del menor. La irritabilidad, el aislamiento, la desmotivación y la inclinación hacia ideologías inusuales, pueden ser indicativos de que algo no funciona correctamente. Y una vez detectada esta conducta  aversiva nuestro deber es intervenir.

Para atajar el problema, es interesante indagar sobre qué tipo de sitios web frecuenta nuestro hijo. Existen muchas comunidades peligrosas en la Red pero, en el caso de los menores, conviene poner el foco en aquellas que “pueden utilizar plataformas de ocio  y en los videojuegos online – muchos basados en comunidades de usuarios o en temas que incluyen contenidos de violencia, agresividad o lenguaje soez–". Ejemplos de ello son grupos de grupos de ideología extremista y comunidades pro-anorexia o bulimia, tal y como explican en el portal is4K (Internet Segura For Kids).

En 2018, el número de publicaciones en RRSS con contenido de odio se duplicó, según el Informe Facebook de abril de 2018.

Internet es una fuente de información infinita gracias a la cual podemos hallar cientos de páginas donde satisfacer nuestras dudas y profundizar sobre nuestros intereses. El principal riesgo es que la información obtenida puede no ser neutral, favoreciendo estereotipos e inoculando unos prejuicios que podrían aportar al menor una visión muy extrema de cómo relacionarse en la red, hasta el punto de terminar adoptando esos argumentos como suyos.

Para evitarlo, será conveniente abordar el tema con el menor, informarle y enseñarle a contrastar informaciones y a desarrollar su propia capacidad crítica. Es importante que aprendan a asumir la responsabilidad que conlleva cada uno de los movimientos que realizan en redes sociales. Por inofensivo que pueda parecerles, dar un simple me gusta a un post que discrimina, rechaza o genera aversión hacia alguien, se traduce en una colaboración con el discurso del odio. Su clic está haciendo viral ese mensaje y aumentando el daño. El mantra podría ser éste: no hagas a los demás lo que no te gustaría que te hicieran a ti.

Es importante enseñarles, en definitiva, a no ser cómplices y a denunciar dichas situaciones. Y es que, a veces, el silencio del grupo duele más que la propia agresión, porque nos hace sentirnos más vulnerables y acrecenta nuestra inseguridad. Hay que insistir en que no estamos hablando de algo atípico. Según datos de la Asociación Española para la Prevención del Acoso Escolar (AEPAE), “alrededor del 25% del alumnado de Primaria y Secundaria de España, es decir unos dos millones de niños y adolescentes, podría estar sufriendo bullying”.

Un me gusta a un post que discrimina, rechaza o genera aversión hacia alguien, alimenta el discurso del odio, haciendo viral ese mensaje y aumentando el daño.

Además, las consecuencias del ciberbullying pueden ser mayores que las del acoso tradicional en gran parte por su inmediatez y su enorme capacidad de difusión. Al no tener el control de la situación –muchas veces las ofensas llegan en formatos sin opción a contestación–, la víctima se siente aún más indefensa produciéndose un desgaste afectivo que puede llevar a la persona a aislarse o autocensurarse. Quienes padecen el discurso de odio pueden desarrollar trastornos psicológicos y físicos, tales como depresión, trastornos de aprendizaje, cefalea, dolor abdominal… Pero no son los únicos pues diferentes estudios que demuestran que el agresor también puede sufrir ansiedad, trastornos de conducta y baja autoestima.

Cualquiera que se haya plegado al discurso del odio ha de saber que dicha conducta constituye un delito con consecuencias penales, que incluso pueden acarrear penas de cárcel. Hay que explicar a los menores que, hoy día, rastrear e identificar al responsable de emitir algún comentario discriminatorio no es nada complicado gracias a la dirección I.P. del ordenador que funciona prácticamente como un DNI.

Junto a la labor familiar, la sensibilización desde los centros escolares es clave. Como apunta la iniciativa desarrollada por Orange e INCIBE, es importante impulsar campañas contra el extremismo desde las aulas y fomentar el debate positivo, difundiendo valores como la tolerancia y los derechos humanos. En esta línea se encuentran acciones como las de The Online Civil Courage Initiative o No Hate Speech Movement que persiguen el debate positivo.