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Cultura y Ocio
REPORTAJE
Suertes: medio siglo tras la tragedia
Este pequeño pueblo situado en el Valle de Ancares sufrió el 1 de septiembre de 1965 un voraz incendio que lo destruyó casi por completo
Vecinos de la localidad de Suertes, en el municipio de Candín (León), muchos de los cuáles sufrieron el incendio que arrasó el pueblo hace 50 años. (Foto: César Sánchez)
Vecinos de la localidad de Suertes, en el municipio de Candín (León), muchos de los cuáles sufrieron el incendio que arrasó el pueblo hace 50 años. (Foto: César Sánchez)
Elena F. Gordón
23/08/2015
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Septiembre se estrenó con un miércoles hace 50 años. Ese día, en Suertes, perteneciente al municipio berciano de Candín, en pleno Valle de Ancares, nadie podía imaginar una tragedia que dejaría huella permanente en sus habitantes; un suceso que cambiaría para siempre por dentro y por fuera el pueblo. Los vecinos vivieron momentos tan duros que su sola evocación todavía hoy les emociona y enmudece en muchos casos.

Dedicado principalmente a la agricultura y la ganadería, aquella triste jornada la mayoría de los hombres del pueblo estaban en la feria de la cercana localidad de El Espino. Los jóvenes se ocupaban del ganado en parajes próximos y eran principalmente mujeres y niños quienes se encontraban en sus casas a primera hora de la tarde, cuando en un pajar situado en la zona alta comenzó un incendio que se propagó en cuestión de minutos por la acción del viento.

Los abundantes techos de paja ardieron rápidamente y poco se pudo hacer para salvar la mayor parte de las edificaciones. Del medio centenar de casas que se contabilizaban entonces quedaron menos de una decena en pie. Algunas salvaron la parte de la vivienda y perdieron la que albergaba los animales, los aperos, el grano, la cosecha, la paja y la hoja para alimentar al ganado durante el invierno. Muchos se quedaron con lo puesto.

“Terrible” es la palabra que más repiten quienes vivieron esa dramática experiencia y han querido compartir su experiencia pocas fechas antes de un aniversario por nadie deseado. La fiesta de San Roque abarrota la iglesia tras la procesión y la presencia de jóvenes descendientes de Suertes anima una jornada de celebración que también incluye, por un rato, un regreso al pasado.

Manuel Alonso y Carlos López hablan sobre el fuego que arrasó el pueblo hace 50 años. (Foto: César Sánchez)

El pedáneo de Suertes señala el lugar donde se inició el incendio. (Foto: César Sánchez)

Los niños

Con cinco años, Amelia Salgado estaba aquel primero de septiembre de hace 50 años en casa, a punto de merendar, con su madre, que iba a salir a lavar la ropa. Una vecina les avisó de que había fuego al principio del pueblo y poco después sonaron las campanas advirtiéndolo. “Ya no era arriba del todo del pueblo, era más abajo. Todo fue muy precipitado y no había agua corriente ni mangueras. Los niños estábamos en peligro. Unos primos míos estaban debajo de un corredor que ardió. Vino una chica de Espinareda de Ancares y nos llevó a todos para allá. La poca gente que quedaba intentó sacar los animales de casa o alguna alhaja. Yo dormí en casa de mi abuela y al día siguiente vine y aún humeaba”, rememora.

Milagros Alonso tenía la misma edad. Explica que se su casa “se salvó la vivienda y se perdió el pajar y donde estaba el trigo y todo lo de las vacas. La gente tuvo que salir, irse del pueblo, se quedaron con una mano delante y otra detrás”. Otro niño de entonces recuerda que le mandaron “a un prado cerrado, con los animales que había en casa mientras mis padres intentaban luchar contra el fuego, que entró por una viga de madera pero gente de los pueblos cercanos echaron agua y la salvaron. Los pajares de alrededor, donde se almacenaba la paja y la hierba se quemaron todos”, añade.

“¿Cómo haría mi madre, que la suya estaba inválida y para salvarle la vida la llevó a hombros hasta un prado? Cuando pasan estas cosas te haces más fuerte”, reflexiona una vecina y otra añade que “daba pena todo. Unos tuvieron que vivir con nosotros, otros con otra gente del pueblo. Se quedaron en la nada”. “Muy penoso, muy fuerte. Yo tenía 12 años y aquello era terrible. Aún hoy te recuerdas y ya ves -solloza-. Lo poco que había se lo llevo, hasta el dinero se quemó”, apunta un hombre.

Los adultos

Francisco Salgado (83 años en la actualidad) estaba ese día recogiendo hoja en un paraje cercano a Suertes para alimentar a las cabras y a las ovejas. Se enteró por un vecino “y fui corriendo a apagar el fuego. No pude entrar, tuve que rodearlo por arriba. Había muy poca gente porque era día de feria y después vinieron de otros pueblos a ayudar. El pueblo quedó todo quemado. La gente fue arreglándose... unos marcharon, otros fueron para alguna casa de algún vecino... vale más no recordarlo”, explica hasta que un nudo en la garganta le impide seguir.

Francisco Salgado, uno de os vecinos, emocionado al recordar el incendio. (Foto: César Sánchez) 

El domingo 5 de septiembre el diario ABC ofrecía una amplia información sobre lo ocurrido. “El incendio de un pajar ha provocado la catástrofe de Suertes” titulaba Pedro V. García, enviado especial de Hispania Press, en la crónica enviada por teléfono “en exclusiva para este periódico”. Antonia Salgado, que entonces tenía 33 años, fue una de las vecinas que atendió al reportero para contar lo ocurrido. Medio siglo después, vuelve a prestar su testimonio. Viuda y madre de tres hijos, se encontraba “guardando las cabras, veía mucho humo pero no sabíamos dónde era y cuando llegamos por la tarde no se podía entrar en el pueblo... no teníamos casa donde meternos. Estábamos de casa en casa. Luego vinieron los servicios sociales de León y me recogieron una temporada dos niños y yo cuando pude los saqué y los metí en un colegio. Fue bastante duro. Cada uno se iba arreglando en casa de un vecino, o de un familiar”, comenta.

Afortunadamente y aunque no faltó quien llevado por la desesperación del momento puso en riesgo su integridad por querer salvar, por ejemplo, un pequeño armario, no hubo que lamentar víctimas mortales y ése es el consuelo que les quedó a quienes no encontraban ningún motivo para la esperanza tras compromar, como resume un vecino que “el fuego les quemó toda la vida”.

En la distancia

Además de quienes vivieron de cerca aquel fatífico 1 de septiembre, otros vecinos de Suertes sufrieron en la distancia la desgracia. Carlos López, que cumplirá este año los 73, desciende del campanario, desde donde acaba de convocar a los vecinos y al principio se muestra algo reticente a hablar del tema. Él prestaba servicio en la brigada paracaidista de El Aaiún (Marruecos). Un compañero se acercó y le preguntó si no era de un pueblo de León llamado Suertes, porque había leído en el periódico que se había quemado completamente.

También lo escuchó después en la radio. “Paso así. Son momentos muy tristes cuando le vienen a uno a la memoria”, comenta mientras los ojos se le llenan de lágrimas. Tardó varios meses en licenciarse y en volver a Suertes, donde residían sus padres. “Esto era terrible. Quedaran cuatro o seis casas”, afirma mientras las enumera y cita a sus propietarios ayudado por otro vecino. “La gente estaba completamente desorientada. Me toca usted en el punto más débil porque aquellos recuerdos son muy tristes. Quedó completamente arrasado”, concluye.

A Silvino, que entonces tenía 24 años, la noticia le llegó en Barcelona, donde trabajaba como ebanista. Se lo comunicaron sus padres por teléfono. “Me dijeron que era terrible, se ve que ardía todo al tiempo, empezó arriba y terminó abajo en media hora, según me explicaron. Mis padres estaban en el campo ese día y cuando bajaron ya estaba el pueblo prácticamente arrasado. Salvaron la suya pero se perdieron muchos pajares, casas... la mayoría”, relata.

Manuel Alonso primero bromea con que perdió la cuenta de su edad y luego reconoce tener 87 años. Ese día estaba en Tormaleo (Asturias), donde trabajaba en la piedra. “Un señor que se dedicaba a comprar animales y que pasó por allí sabía que estábamos nosotros y nos llevó el recado. Entonces arreamos para aquí y llegamos temprano al día siguiente. La casa de mi suegro ardió, la mía la apagó el personal”.

El pueblo de Suertes en la actualidad. (Foto: César Sánchez)

Consecuencias posteriores

Varios vecinos de Suertes se vieron empujados a emigrar tras lo ocurrido. Alguno ya lo tenía en sus planes, como detalla una mujer. “Se quemó hasta el dinero que había en un bote para que el tío Benjamín, que estaba en León haciendo la revisión médica, se fuese a Alemania”, señala. “Decían que venía dinero, que venía dinero pero a los que lo necesitaban no les llegó tanto. A mí no me quedó nada, ni un trapo. Se quemó todo”, cuenta María, que tenía ocho años y su hermano, tres. Ante la situación provocada por el incendio su padre marchó para Alemania y su madre pudo, con el dinero que él mandaba, construir otra vivienda y quedarse en el pueblo.

La naturaleza vegetal de buena parte de las cubiertas, especialmente las de los espacios que servían de cuadra y almacén -otras eran de pizarra pero las vigas de las casas eran de madera- aceleró la destrucción. A partir de entonces, en la práctica, quedó prohibido su uso, de forma que el incendio también cambió la estética de Suertes.

Según recogen las crónicas de la época, la Diputación de León acordó tras el devastador incendio “adoptar el pueblo de Suertes de Ancares, destruido en su mayor parte como consecuencia de un incendio. Pertenece al municipio de Candín, en la típica y difícil comarca de Ancares”, se llegó a recoger en documentos oficiales. Así, se aprobaron diversas partidas para abastecimiento de agua y alcantarillado, construcción de un puente, reparación de la iglesia parroquial y para viviendas y establos. Los vecinos hacen memoria y varios de ellos afirman que ese dinero no llegó, al menos en las cantidades que se esperaban o a los destinos previstos.

El pueblo hoy

Miguel Ángel Viñambres es el pedáneo de Suertes. Calcula que habría entonces unos 70 vecinos censados. Ahora son 24, de los que 16 residen de forma permanente. En verano, “afortunadamente, hay más gente”, comenta y bromea sobre que en el pueblo “los niños tienen de 75 años para arriba”. No obstante, se mantiene algo de actividad con un taller, su negocio de construcción y obra civil y algo de ganadería. Camiones con perecederos y ultramarinos les abastecen durante todo el año.

Siempre, con permiso de la nieve, que a veces incomunica esta localidad más que cercana a la provincia de Lugo, en la que se hablaba gallego y aún hoy lo utilizan varios de sus habitantes. “Gente de fuera ha comprado casas aquí y vienen en verano o en épocas de descanso”, explica mientras el grupo musical contratado para las fiestas ameniza el baile vermú y algunas parejas aprovechan las zonas con el suelo más liso para marcarse un pasodoble.

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